Una revolución disfrazada de Huerto

preparación huerta“A pesar de que los problemas del mundo parecen ser cada vez más complejos, las soluciones siguen siendo extremadamente simples”. Bill Mollison.

Soy un profesor que no es profesor. Tengo experiencia con cultivos aquí en la ciudad de Coyhaique, en plena Patagonia chilena y se nos dio, junto a una colega, una oportunidad única: establecer en uno de los liceos municipales emblemáticos de la ciudad, un huerto escolar. El desafío no es menor. No sólo por nuestra falta de experiencia docente o las impredecibles condiciones climáticas propias de estas latitudes, sino que también por el perfil de nuestros alumnos, que en muchos casos provienen de contextos sociales complejos y vulnerables.

Se nos encomendó un pequeño patio interior para trabajar y fondos para comprar los materiales y herramientas necesarias. Es un taller obligatorio, una vez a la semana, con alumnos de primero a cuarto medio, y que se evalúa con una nota al final de cada semestre.

Comenzamos por estudiar detenidamente el espacio designado y junto a los estudiantes, proyectamos un diseño del futuro huerto, el que está casi listo en lo estructural. La idea es ir compartiendo, en futuros posts, de manera detallada, cada elemento del sistema y sus cualidades, así como los cultivos que iremos integrando y sobre todo la experiencia de trabajar junto a los jóvenes. El taller buscará ser más experimental que productivo, por las condiciones reducidas del espacio por un lado, pero sobre todo porque buscamos las más variadas experiencias para nuestros alumnos, convencidos de que en la diversidad está la riqueza.

el arbol

Creo que la Naturaleza es una escuela en sí misma. Es una escuela que nos enseña más de procesos que de resultados (en una sociedad de lo rápido e inmediato); una escuela del sentido común, con los pies (y las manos) literalmente en la tierra; una escuela que nos enseña que no siempre tenemos el control sobre todas las cosas, que da lecciones de humildad. En realidad no es nada muy rebuscado, si se piensa.

Se estima que alrededor del año 1800 solo un 3% de la población mundial vivía en ciudades o pueblos. En la historia del hombre la urbanidad es algo nuevo y excepcional, y si bien tiene sus ventajas también nos comienza a mostrar su lado más nefasto. En la misma línea, podemos decir que la comida nunca ha sido orgánica. La comida simplemente es comida. Es sólo que a nosotros nos tocó vivir el breve periodo en que la comida se llenó de químicos, preservantes y cuánta cosa “idéntica al natural” existe, de modo que lo que siempre ha sido la natural forma de cultivar, hoy se rotula de “orgánico”. Y además no es barato. Hemos degradado el suelo hasta tal punto que se dice que debemos comer ocho naranjas para obtener de ellas las mismas vitaminas y minerales que nuestros abuelos recibían de una.
Demasiadas veces hemos escuchado cómo antes las cosas tenían mucho más sabor. La clásica triada N, K, P (nitrógeno, potasio, fósforo) es lo mínimo, pero no lo es todo. Somos suelo y necesitamos recuperarlo en toda su riqueza. Hay, en un puñado de tierra sana, más microorganismos que gente en el planeta. El suelo está vivo. Y porque el suelo está vivo, nosotros estamos vivos. Esto es una de las cosas fundamentales que hemos intentado inculcarles a nuestros alumnos.

ninos trabajando

Me parece que simplemente hemos olvidado algo que siempre hemos sabido, y que necesitamos recuperar. Transitar de consumidores a productores.

Y qué mejor lugar que en nuestros establecimientos educacionales. Ojalá desde el jardín infantil hasta la universidad. Cultivar la tierra es cultivar gente. Es volver a cultivar el interés por cosas simples pero elementales. Recuerdo las palabras del poeta Walt Whitman: “y mirar con un ojo o mostrar una arveja en su vaina confunde la sabiduría de todos los tiempos”.

Si pudiéramos volver a cultivar el asombro en nuestros jóvenes sería un gran comienzo. Volver al Jardín de Epicuro. Lo dije, soy un profesor que no es profesor. Los profesores se hacen con mucho estudio y experiencia y trabajo en el aula. Yo quisiera aspirar a ese antiguo arte de la mayéutica atribuida a Sócrates, esa labor de partero, de aprender a escuchar a la persona e identificar las particulares potencialidades que de seguro hay ahí, y ayudarlas a que vean la luz.

Una semilla tampoco es una semilla, es el germen de todo lo que puede llegar a ser esa semilla. Y tengo confianza en que, con tiempo y dedicación, podremos ver en un futuro medianamente cercano, algún fruto..

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